viernes, 26 de noviembre de 2010

Las velas se habían consumido completamente; la comida en la mesa ya entraba en descomposición y las manchas del vino derramado se habían adherido tan bien al  blanco mantel, que parecía que siempre habían sido parte de él.
El sujeto yacía muerto en el suelo hacía ya cuatro días y en su cara aún se podía ver la mirada inconfundible de la decepción. El teléfono dejó de sonar mientras que el sonido del reloj retumbaba en la silenciosa casa.

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